Vigilantes
Buenos Aires, 13 de noviembre de 2011 - Si Horacio Verbitsky fuese un periodista, sólo un periodista, este incidente no motivaría una ventilación pública de esta naturaleza. Pero él ya no lo es más. Verbitsky es, desde hace ya muchos años, un operador abiertamente involucrado en la defensa partisana y explícita de un gobierno del que se siente parte.
¿Ministro de facto? ¿Jefe de inteligencia ad hoc? No importa; las suyas han dejado de ser las armas y los preceptos del periodismo. Las ofuscadas 1.006 palabras que me dedicó el domingo pasado en Página / 12 (“Discusiones al Pepe”) revelan, empero, algo más melancólico que su encuadramiento oficial.
Los años no vienen solos y Verbitsky revela con la columna que me consagra que se le han enmohecido los reflejos. Oxidadas sus destrezas, maneja recuerdos que no podrá verificar con los datos. Pura vejez, añadida a su legendaria pulsión al odio y al sarcasmo. Pero, a diferencia de los años noventa, cuando desde la agrupación Periodistas, en la que aunaba esfuerzos con su consocio de entonces, Mariano Grondona, ahora Verbitsky hace el ridículo y hasta le ladra al propio kirchnerismo, al que está asociado.
Se ha molestado muchísimo porque, siguiendo la invalorable pista que ofreció el ex canciller Rafael Bielsa, verifiqué que en enero de 2003, cuatro meses antes de las elecciones presidenciales de la que surgiría electo Néstor Kirchner, Verbitsky mencionaba al santacruceño por “el rol decisivo que tuvo en la década pasada para asegurar la privatización de YPF, cuando fletó el avión de la gobernación santacruceña para asegurar que uno de sus diputados, que por un accidente tenía una pierna enyesada, llegara a tiempo a la sesión decisiva. Con las regalías atrasadas percibidas, efectuó colocaciones financieras en el exterior, lo cual prueba que no se quedó en el ’70. Sus simpatizantes tampoco mencionan el lobby sobre el gobierno nacional que Kirchner encabezó hace un año. (…) Fue el vocero de Repsol contra las retenciones a las exportaciones de hidrocarburos decididas en aplicación de la ley de emergencia económica”.
Respuesta del Verbitsky-2011 a mi recuerdo del Verbitsky-2003: “No cambié yo, sino Kirchner. Suscribo hoy cada palabra de las que escribí entonces”. Para drenar su furia, no satisfecho de mostrarle sus dientes al kirchnerismo (pero, eso sí, sin admitir su simpatía exultante por Adolfo Rodríguez Saá, cuyo breve gobierno apoyó), Verbitsky no encuentra mejor alternativa que asumirse vigilante de la coherencia revolucionaria. Ahí su bajón profesional deriva en confusiones patéticas, porque al intentar endilgarme un “travestismo (…) que niega su propia historia”, derrapa malamente, con mentiras y falsedades penosas, porque revelan su evidente decadencia profesional.
Mi reportaje a los miembros del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), detenidos en Salta a mediados de 1964, se publicó en la revista Gente el 27 de octubre de 1966, sin mi firma, y bajo el título: “Guerrilleros condenados en Salta”. Yo era redactor de la revista desde fines de 1965. Su director, Carlos Fontanarrosa y su jefe de redacción, Julio A. Portas, ya fallecidos, me enviaron a Salta. Mal puedo haber ofrecido, pues, tal nota a Confirmado, de la que Jacobo Timerman me despidió en julio de 1965. Mareado y/o impune, Verbitsky escribe que mi nota fue titulada: “Hablan los chacales sanguinarios de Salta”. Luego evidencia su turbia praxis profesional: “El dice (sic) que se publicó sin su firma y que Gente lo indemnizó para que se fuera. Mi recuerdo (sic) es que la nota salió con su nombre y que con toda razón él les hizo juicio”. Todo mal: no les hice juicio y Gente me echó porque me negué a firmar una nota que presumiera, sin evidencias, delitos de los guerrilleros. La reescribieron y me despidieron, sin más. Yo tenía 21 años. Verbitsky ya sobresalía en Confirmado como redactor de Timerman.
No sólo jamás negué mis columnas para Cristianismo y Revolución de 1969 a 1970, sobre temas internacionales, sino que las he mencionado en innumerables reportajes. Verbitsky se vale de la misma mercadería enmohecida y policial de la que se ha servido Aníbal Fernández hace pocos años para acusarme de negar mi pasado. No sólo no lo niego, sino que me hago cargo críticamente de él y he escrito un libro (Me lo tenía merecido. Una memoria), publicado por Sudamericana en 2009, donde he contado mi vida, sin ocultamientos ni patrañas.
Al comentar Los hombres del juicio, mi reciente libro sobre la histórica condena de la Justicia argentina a las juntas militares de la dictadura, Verbitsky dice, tras alegar peyorativamente que se trata del juicio a “Videla, Massera & Compañía”, que yo adhiero a “la doctrina castrense-episcopal de la memoria completa”. Pero el Grondona del que se vale para atacarme es el mismo Grondona del que él era conmilitón en los años noventa.
Perpetra luego desprolijidades tal vez impensables cuando era periodista. La revista que menciona se llamaba Afrique-Asie, no “Africasie”, como improvisa, no era el “boletín oficial de los movimientos de liberación del tercer mundo”, sino una publicación tunecina con redacción en París, y yo, lejos de ser “corresponsal”, fui sólo un colaborador, entre 1970 y 1973. Inventa un supuesto “vínculo orgánico” mío (¿con Montoneros?), a propósito de que fui redactor de El Descamisado de mayo a noviembre de 1973. No trepida en citar a personas muertas, como el Yaya Ascone (no Azcone) y Nicolás Casullo, para fantasear una pertenencia mía a un ámbito de encuadramiento que nunca integré. Todo vale para este James Bond del setentismo criollo, pero sus diatribas chocan contra los hechos, pese a su fallido intento de atribuirme un “ocultamiento y (…) denigración de la propia personalidad”. Sucedió algo mucho más sencillo e ilevantable: mi cita de hace dos semanas en PERFIL (“Permisividades”, octubre 30), puso en tela de juicio los pergaminos oficiales de este habitual denigrador serial. Lo saqué de la casilla; a un año de la muerte de Kirchner, tuvo que ufanarse de que fue Kirchner quien “cambió”, nunca Verbitsky, quien jamás se equivocó, cometió errores, ni tampoco escribió folletos para la Fuerza Aérea. Abrevar en los servicios y depender de ellos tiene sus precios. Sobre las razones que justifiquen tamaño descenso al barro, yo tampoco me animo a especular, por ahora.
© pepe eliaschev
Publicado en Diario Perfil