Pasión por la radio
Un pésimo presagio
Buenos Aires, 15 de octubre de 2011 - Este editorial comienza con una muy breve crónica. El miércoles pasado por la mañana, poco después de las 11, sonó mi teléfono celular. En la pantalla decía “número desconocido”. Atendí y el diálogo fue el siguiente:
¿Pepe?
-¿Quién habla?
¿Pepe?
-¿Quién es?
Aníbal Fernández
-¿Quién?
Aníbal Fernández.
-¿El Jefe de Gabinete?
Sí. ¿Pepe?
-Sí.
Doctor Aníbal Domingo Fernández: Pepe te equivocaste anoche. Acá tengo la desgrabación de lo que dijiste. No es como vos dijiste...
-Perdón, perdón, perdón, perdón. ¿Estoy hablando con el Jefe de Gabinete de Ministros de la Nación?
Sí.
-Lo escucho.
Te quiero comentar que ayer dijiste por televisión que yo por Twitter había dicho que estaba bien detenido Rubén Sobrero, y yo ni dije nada de ese tema por Twitter, ni tampoco dije eso.
Ustedes podrán comprender mi asombro y mi sorpresa. Soy una persona muchísimo más sencilla de lo que muchos piensan. A mí no me llaman los ministros. No, al menos, en este momento de mi vida, mucho menos a mi teléfono celular, y mucho menos sin hacerse anunciar antes. Lo correcto hubiera sido que una secretaria llamara a la oficina de mi Productora y dijera “el Dr. Aníbal Fernández quiere hablar con el señor Eliaschev”, no que me llame al celular y me diga “Pepe, soy Aníbal Fernández”.
¿Cómo un personaje que ejerce una función tan elevada, tan importante, un hombre que con su puño y letra y con su lapicera firma las reasignaciones presupuestarias de la Nación, llama por teléfono, sin anunciarse previamente, al celular de un periodista, para decirle que se equivocó?
El problema del dirigente sindical Rubén “Pollo” Sobrero, naturalmente, le preocupaba muchísimo a Aníbal Fernández, porque, efectivamente, no por Twitter sino a través del canal de TV del Gobierno, la mentirosa y falsamente llamada televisión “pública”, que de “pública” no tiene nada, porque es solo el canal oficial, gubernamental, para el que trabajan quienes cobran sus sueldos del Canal 7, emitió una declaración en la que sostenía que el juez que había detenido a Sobrero un viernes, cuando iba a buscar a su hijo al colegio, lo había hecho porque tenía documentadas razones, “semi-plenas” pruebas para acreditar dicha detención.
Mi primera reacción cuando me llamó Fernández fue decirle que en ese momento yo estaba en una situación personal, lo cual era cierto, y no podía atenderlo, y que por favor me enviara por mensaje de texto el número de celular desde el que me llamaba, porque aparecía en la pantalla como “número desconocido”.
Ustedes se imaginarán que en un país como el nuestro, con un gobierno como éste, con las tradiciones que tiene el peronismo en la materia, un llamado telefónico de un Jefe de Gabinete es, por definición, intimidatorio. Un llamado personal de un Jefe de Gabinete a un periodista que no tiene ninguna gravitación, protección política ni policial, es absolutamente amenazante. No lo puede ignorar Aníbal Domingo Fernández, que parecía muy preocupado esa mañana, hasta consternado.
Me dijo que luego de su declaración por TV dando por justificada la detención de Sobrero, se enteró de que esa denuncia del juez no era seria, que Sobrero no había quemado trenes. Fernández me dijo que solo me llamaba porque quería hacerme ese comentario. Le pedí que, si era tan amable, me dijera desde que número me llamaba. Después de su primera llamada, me mandó dos mensajes de texto y, a mi pedido, me hizo llegar por mail la desgrabación de mi entrevista con Emilio Pérsico en el programa de televisión “Le doy mi palabra”, que conduce Alfredo Leuco, y en el que se había producido tal reportaje al dirigente del Movimiento Evita, en el curso del cual yo le había preguntado qué opinaba de las declaraciones de Aníbal Fernández.
Acá surgen varios interrogantes. El más importante, el meollo, es: ¿cuál es la movida y en qué consiste la interna en el seno del oficialismo? ¿Quién apuró a quien? ¿Quién apretó a quien? O, mejor dicho ¿quién operó a quién? ¿La Policía operó al juez que detuvo a Sobrero? ¿O la Policía lo operó a Aníbal Fernández?
Aníbal Fernández, que el 10 de diciembre va a ser senador de la Nación, ya perdió el control de la Policía Federal Argentina a manos de Nilda Garré, por decisión de la presidenta Cristina Kirchner, pero es –además- un personaje que hace una larga década ocupa cargos de primerísimo nivel. Fue un leal servidor de Eduardo Alberto Duhalde y lo ha sido, desde luego, de Néstor y Cristina Kirchner.
Es un hombre que tiene aspiraciones intelectuales. Pareciera ser un funcionario leído, aún cuando también tiene una particular debilidad para lo que él denomina las transgresiones. Por ejemplo en oportunidad del reciente mundial de rugby, y a propósito de un mal resultado para el conjunto de Escocia, en su cuenta de twitter el Jefe de Gabinete de Ministros de la Nación escribió “Escocia, LTA”. LTA son las iniciales de una tristemente célebre frase del inimputable Diego Maradona, que quiere decir, con perdón de las señoras que me están escuchando y me horroriza pronunciar, pero debo hacerlo explícito, “Escocia, la tenés adentro”. Éste es el mismo hombre que en un reportaje hace muchos años en radio me dijo que sentía una gran admiración por los Montoneros porque, dijo, “eran unos ‘cuadros’ de puta-madre”.
¿Cuál es la función oficial de un Jefe de Gabinete de Ministros en la Argentina, cargo que resultó de la reforma constitucional de 1994? ¿Leer las desgrabaciones de lo que decimos los periodistas? ¿Llamar por teléfono a los periodistas? ¿Seguir de cerca, con celo casi policial, todo lo que se dice, se habla y se muestra sobre el Gobierno? ¿Para esto el país tiene un Jefe de Gabinete de Ministros, que ni siquiera va como corresponde una vez por mes al Congreso?
A mí esto me ha llenado de preocupación, de alarma y de zozobra. Y lo voy a repetir: me ha llenado de preocupación, de alarma y de zozobra que a pocos días de lo que se presume será una ratificación clamorosa del Gobierno en las urnas, el hombre que de hecho ejerce el mayor poder administrativo de la Nación después de la Presidenta, porque el Vicepresidente ha sido aniquilado en sus funciones, el hombre que con su propia mano firma las decisiones administrativas de reasignación de partidas presupuestarias, tenga la vocación, el tiempo, la obsesión y la pretensión de monitorear, como una especie de súper vigilante mediático, un gran hermano, omnímodo, omnipotente y omnisciente, lo que intentamos decir, preguntar, interrogar, conocer, periodistas que, con todo orgullo lo digo, nos ganamos la vida con nuestros ingresos.
Es un pésimo presagio. Si Aníbal Fernández expresa lo que estamos por vivir con mayor intensidad y profundización dentro de pocas semanas, es realmente para que acentúe nuestra preocupación.
Pero que no quepan dudas de que en una democracia que se pretenda medianamente responsable de sus acciones, que un funcionario público de esa investidura tenga la prepotencia de pedirle explicaciones a un periodista por su teléfono celular, sin siquiera anunciarse, revela el grado de indigencia institucional impresionante que ha alcanzado la Argentina.
©pepeeliaschev
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