Obvio
Buenos Aires, 18 de septiembre de 2011 - Perdida la capacidad de asombro o anestesiada la curiosidad más elemental, hemos devenido en una sociedad acostumbrada. Todo es natural, previsto, descontado. La palabra más usada es ¡obvio!, emitida con fuerte énfasis exclamativo, para que el interlocutor advierta que su pregunta padece de insanable imbecilidad.
¿La Presidenta se fue al exterior sin que se informe en qué avión, a qué hora, acompañada de quién y siguiendo qué ruta? ¡Obvio! Ese tipo de informaciones han sido eliminadas en la Argentina desde 2003 y son secretos de Estado. Los desplazamientos permanentes en aviones y helicópteros de los Kirchner han sido y son tan sistemáticos y permanentes, que nunca se sabe dónde y cuándo están. Las comitivas jamás son anunciadas, minucia “formal” que sólo inquieta a los republicanos fastidiosos.
¿La Presidenta sale del país sin que el vicepresidente electo asuma la titularidad del Poder Ejecutivo porque es un traidor al que ni siquiera se registra? ¡Obvio! Desde su legendario voto no positivo a la 125 en el Senado, Julio Cobos fue convertido por el oficialismo en una entidad no existente, un fantasma, alguien que ha perdido reconocimiento protocolar, un desaparecido de la función pública. En sus permanentes viajes al exterior, la Presidenta no se informa de lo que sucede en el país con ese vicepresidente, sino con sus amanuenses, que se quedan en la Casa Rosada para cuidarla.
¿La Presidenta ya ni siquiera cumple con la elemental obligación de hablar con el periodismo hasta incluso cuando así lo sugiere un anfitrión extranjero, como pasó con Nicolas Sarkozy esta semana en París? ¡Obvio! Desde 2003, el Gobierno está en guerra con el periodismo y las conferencias de prensa fueron declaradas un riesgo a evitar. Una y otra vez, la Presidenta ningunea, ignora, descalifica, desdeña y –si puede– les da clases de periodismo a los periodistas, ya acostumbrados a juntar orines esperándola en todo lugar y momento, para terminar recibiendo un glacial “no, chicos, ahora no”.
¿Ya es rutina la gimnasia que mantiene vigente al jefe de Gabinete Aníbal Fernández, mediante la cual insulta, desprecia y descalifica a toda aquella figura política o mediática que importune al Gobierno? ¡Obvio! Para la guerra retórica permanente del modo de ser oficial, las groserías son mera inexistencia de hipocresía. Así, el hombre que maneja el presupuesto de la Nación mediante “reasignaciones” personales, sazona sus jornadas finales en la Casa Rosada (el 10 de diciembre ingresa al Congreso) con sus ataques proverbiales, ya consagrados en sus célebres “anibaladas”, prolijamente recopiladas por este diario (http://especiales.perfil.com/anibaladas/).
¿La Presidenta y su Gobierno manejan a su pleno antojo y con prolija exclusión de toda voz que no sea la propia, la programación y contenidos de los medios gubernamentales, cínicamente rebautizados “públicos”? ¡Obvio! No hay rubores ni reticencias en esta conducta, tal como acaba de confirmarse con el anuncio de que las netbooks que el Gobierno “regala” a los estudiantes vendrán programadas con acceso directo a la propaganda oficial de Télam, la ex agencia de noticias del Estado, hoy convertida en gacetillera militante del evangelio oficial. Los medios financiados por la sociedad quedan reservados para quienes se alinean con el Gobierno. En este punto, hay escenas de sainete: una de las estaciones porteñas de Radio Nacional se identifica varias veces por hora con una adjetivación empalagosa y absurda: “Clásica, nacional, pública y argentina”.
¿Han desaparecido desde 2003 las formas más elementales del poder republicano, como los acuerdos de gabinete, que antes le permitían al país conocer los planes y opiniones del elenco ejecutivo? ¡Obvio! El protocolo presidencial de estos ocho años y medio ha eliminado el fastidio de la horizontalidad, esa obsesión frívola de la “partidocracia” burguesa. Ahora es ya normal y a nadie llama la atención que el jefe de Estado gobierne de la manera más rigurosamente individual. Las consultas presidenciales son con un puñado de cortesanos y, eventualmente, con uno o a lo sumo dos ministros a la vez. Es así: nunca como hoy la Argentina estuvo gobernada con un individualismo tan colosal, acompañado de una opacidad completa sobre lo que se trata y se resuelve. En la Argentina a punto de reelegir hasta 2015 a la actual Presidenta, el gobierno es un tema del Gobierno, y de nadie más.
¿Las universidades estatales han sido literalmente obligadas a asumir la identidad política partidaria de este Gobierno, abandonando la neutralidad indispensable que las caracterizaba? ¡Obvio! Nadie puede permanecer ajeno al magno proyecto nacional y así, antes de las elecciones del 14 de agosto, un grupo de rectores universitarios, funcionarios públicos cuyos sueldos paga la sociedad, emitieron su compromiso electoral con la Presidenta, incluyendo lamentablemente al titular de la Universidad de Buenos Aires, Rubén Hallú. No asombra ni inquieta. No hay fronteras ni acotaciones: hay que encolumnarse de manera pública, como ya sucedió en los tempranos años 50 del siglo anterior.
Todo es obvio, nada llama la atención. No es, sin embargo, mera pasividad indolente lo que acaece aquí. La aceptación de tantas irregularidades, como sapo que se traga con gusto y cotidianamente, no es resulta de una imposición dictatorial. Antes bien, lo llamativo es que hay una sociedad dispuesta a dejar de lado las “formalidades”, en aras de ventajas tangibles. Ese consenso mayoritario no es ingenuo ni confuso; es explícito y voluntario. Es una abdicación manifiesta, concretada a cambio de contraprestaciones irrefutables. Una espesa y aparentemente infinita red de beneficios lubrica esa renuncia a escandalizarse. Porque, en definitiva, ¿a quién le importan esas minucias protocolares que maquillan a la democracia si todo funciona a las mil maravillas, alguien manda, todos obedecen y la vida es una fiesta, nunca menos? Obvio, ¿no? Hay que ser muy tonto (¿o gorila?) para no darse cuenta.
© pepe eliaschev
Publicado en Diario Perfil